Quienes vivimos en ciudades grandes, especialmente en una aspirante al desarrollo como es Santiago de Chile, con facilidad tendemos a perder de vista pequeñas cosas que sin darnos cuenta articulan nuestra identidad y forma de vida, al hacernos sentir parte de algo. A cambio, hacemos vista gorda y caemos en el juego de concordar con ciertos "canjes" que nos impone la modernidad neoliberal y que acogemos con gusto: un barrio de casas de una planta vs. torres de 22 pisos, antisísmicas y de estética cuestionable; la verdulería de siempre, a cambio de un mega supermercado donde los precios son más convenientes, pero la relación entre vendedor y comprador es más fría que los contenedores de las transgénicas frutillas; en vez del letrero pintado a mano del almacén de la esquina, un backlight auspiciado por Pepsi en el que "Doña Juanita" reza escrito con Verdana, Cursiva y Bold.
Pareciera que nos jactamos de estar cada vez más lejos de lo simple -a veces visto como precario, ordinario-, y de dar la espalda a una vida de pasado poco glamoroso, tímida y de poco mundo, escenario en el que aparentar que la sociedad chilena siempre se ha caracterizado por tener un gusto refinado es mejor que entender que las formas de expresión popular han sido mayoritarias porque Chile no es un país ni rico, ni refinado, ni europeo.
La cultura popular siempre ha estado ahí, pero de un tiempo a esta parte, cuando muchas de sus manifestaciones han comenzado a perderse o a ser reemplazadas, asistimos a un fenómeno de revalorización de ellas, de protección de lo local, de revisión a los oficios. Seguramente como un mecanismo de defensa ante el advenimiento de la avasalladora llegada de productos y modos de vida foráneos, y un progreso auspiciado por el sistema de mercado fagocitante, que se encuentra con la vulnerabilidad del chileno, quien, apocado, rápidamente reniega de su cultura.
No podemos pretender quedarnos en el pasado, despreciar el presente (que alberga el futuro patrimonio) para congelar el tiempo, ni hacernos los miopes cayendo en una idealización de ciertos elementos que ahora al estar amenazados, sentimos lo mucho que aportan a nuestra vida.
Tampoco es saludable, en cuanto al problema de fondo, seguir la tendencia de lo "cool y ondero" que se ha vuelto lo popular, vintage y nostálgico: colocar las alstroemerias en una vieja jarra de latón enlozado, ir a la feria con canasto de mimbre o ponerle mantel de hule a la mesa del jardín, sólo por lo top que resulta. Eso es moda. Y la moda no tiene nada de malo, pero es desechable, cambiante y cortoplacista. No hay afán de rescate, sino sólo un quedarse en la forma y no trascender.
Sobre Mª de los Ángeles Vargas
Diseñadora independiente especializada en el área editorial e ilustradora. Además ejerce como profesora de Ilustración en la Universidad Finis Terrae, en Santiago de Chile. Desde el 2005, se ha interesado en la recopilación de gráfica vernácula, profundizando el tema en su tesis profesional. Hasta el día de hoy trabaja en el desarrollo del rescate y valoración de la gráfica popular. Actualmente cuenta con un archivo con más de 500 fotografías con iconografía no sólo de Santiago, sino que de distintas partes de América. Realiza el libro "Con Pinta de barrio", que es un Catálogo Iconográfico Popular, que rescata y recopila de íconos pertenecientes al comercio barrial santiaguino, los cuales se sectorizaron y organizaron para su manejo y descarga desde un sitio web y un Cd Rom. Haciendo un rescate tangible y también funcional.
Ha publicado cinco libros ilustrados para diversas editoriales nacionales. Y este año ha ganado dos premios: como ilustradora salió seleccionada en la Lista de Honor de IBBY 2009, por el libro "Sueño Azul" (Editorial Pehuén); y en diseño, el libro "Cocina al Pie de la Letra" (Ediciones B), ganó el Premio a la Edición de la Cámara Chilena del Libro.
También se dedica a ilustración de cuentos infantiles, para difusión cultural y para medios editoriales.